Vistas de página en total

2,982

lunes, 31 de marzo de 2025

INTRODUCCIÓN




NOMBRES, SOBRENOMBRES, APODOS

 

¿Qué nombre le vais a poner? Es la primera pregunta que se hace una vez que se conoce el sexo del nasciturus.

         La creencia de la importancia del nombre para la persona es común a la mayoría de las culturas, que creían que la imposición del nombre definía la personalidad del individuo.

         En la tradición cristiana se ponía al niño bajo la protección del santo del día. La revolución francesa trastocó la costumbre y se impuso la burguesa y noble de asignar al recién nacido el nombre de un antepasado, para conservar su memoria. A partir de entonces, las razones se diversificaron.

         Los antiguos creían que conocer el nombre implicaba dominar a alguien.

         En el mito egipcio, dice Jung, Isis arrebató para siempre al dios solar Ra su poder cuando le obligó a comunicarle su verdadero nombre. Poner nombre significaba, por consiguiente, dar un poder, conferir una determinada personalidad o alma.[1]

          La época sofista, afirma Cassirer, consideraba que se podía descubrir directamente la esencia de toda figura mítica a partir de su nombre; pues nombre y esencia están ligados en una relación de íntima necesidad.[2]

         Las tribus primitivas suponían por lo general, según Frazer, que el eslabón entre un nombre y el sujeto u objeto denominado no era una mera asociación arbitraria o ideológica, sino un verdadero y sustancial vínculo que unía a los dos. Los individuos de esos pueblos consideraban sus nombres como partes vitales de sí mismos y por ello se tomaban grandes medidas para ocultarlos, temerosos de que los manejasen personas mal dispuestas hacia ellos.[3]

         Entre los nativos australianos, asegura Freud, el nuevo nombre que el adolescente recibía en el momento de su iniciación a la madurez, constituía parte esencial de su persona y, por lo tanto, era tabú y debía ser mantenido secreto.”[4]

         Motivos por los cuales, en muchas civilizaciones, para designar a una persona, se impone la necesidad del sobrenombre, del alias o del apodo.[5]

         En los tiempos primitivos, bastaba con el nombre; no existía el apellido. Con el incremento de la población, el apellido se impuso para diferenciar a los miembros de una misma familia con el mismo nombre; o para distinguirlos de los de otro clan.  

        En su origen, el apellido (del latín “appellare”, llamar) era el sobrenombre que se añadía al nombre de la persona e indicaba su lugar de origen, de residencia, la profesión u oficio que ejercía, la pertenencia a una familia concreta o la relación con su progenitor. En concreto, la terminación “EZ” de los apellidos españoles significa “hijo de”, los “Rodríguez” son los descendientes de “Rodrigo”. El apodo-apellido constituía un signo de identidad personal, familiar y local.[6]

         En todo caso, el mote o sobrenombre es tan antiguo como la humanidad, se aplica a todas las categorías sociales, en todas las latitudes y, en muchos casos, se hereda, al igual que el apellido. En mi caso, “O Lebre”, hace referencia al distintivo de la mayoría de los miembros de mi familia: tener los ojos saltones.[7].

         El apodo es tan identitario que, en ocasiones, figura en documentos oficiales para designar a un ciudadano en concreto, como le ocurre a “O Amarillo”.[8]

         El apodo tiene éxito en general, porque resulta particularmente acertado dentro de una red de relaciones, de distribuciones sociales de las identidades. Ya sean fijados con objetivo condenatorio, correctivo o chistoso, Los apodos revelan las clasificaciones con que 1os grupos organizan lo "normal" y lo excepcional.[9]

         En el ámbito privado, el apelativo es fruto de la deformación fonética cariñosa de un nombre, como se verá en “O Gito”; de una característica física, como ocurre con “A Chata”; o temperamental del individuo, “O Estate Quieto”; o de las ocurrencias paternas, como en el caso de “O Chiquilín”. Se trata, por lo general, de apelativos y diminutivos afectivos, hipocorísticos.[10]


         En el ámbito público, los motivos cambian. La malquerencia y la envidia de enemigos, la exagerada complacencia de amigos, la misoginia, el machismo, el desprecio del forastero. Para determinar el calificativo, se tienen en cuenta el comportamiento, la singularidad de la personalidad, “O Vitolo”; el estatus social, “La Pinito de Oro”; la profesión. “O Xurelo”; la procedencia del individuo; o el aspecto físico “O Alambritos”.[11]

 


        Teniendo en cuenta su origen, intencionalidad o el nivel social, los motes pueden resultar evocadores y festivos o groseros e hirientes.[12]

         Por lo general, el apodo está formado por una sola palabra, adjetivo o sustantivo, muchas veces totalmente nuevos en el lenguaje del entorno.[13]

         La lista de apodos de esta publicación, nos la facilitó, en gran parte, el recordado amigo y profesor don ALFONSO MOURE, casado con Carmucha Rodríguez, hija del relojero Apolinar.

    Importante ha sido también la aportación de ERNESTO BARANDA.

         No se trata de una lista exhaustiva de Carballiño, por supuesto, y en ella solo se insertan algunos apodos del entorno, en donde casi cada familia tenía (y tiene) el suyo propio. Se incluyen únicamente los de las personas que, de alguna manera, tenían más relación con Carballiño. Queda por inventariar el resto.

         Nos habría gustado poder publicar con cada apodo la fotografía de la persona recordada, la profesión ejercida, su lugar de residencia y, sobre todo, la razón que motivó su sobrenombre.

         Pero, salvo en contadas ocasiones, en la mayoría de los casos solo nos ha sido posible proporcionar algún que otro dato, y en otros, nos hemos tenido que contentar con evocarlos, ya que los que los conocieron recuerdan el apodo, pero ignoran la identidad real de la persona y, además, por lo general, incluso los parientes próximos ignoran el origen del apodo

         Agradecemos encarecidamente las aclaraciones que, al respecto, nos proporcionaron, en especial, Pachi Cibeira, José Ignacio Fontaíñas, Chus Taboada Francisco, Gracia López Gómez, Cándida Mosquera Bravo, José Luis Diz ….

La ventaja que nos ofrece este tipo de publicaciones es que nos permite actualizar constantemente los datos a los que podamos tener acceso.

         En cualquier caso, reiteramos que el único objetivo de nuestro trabajo ha sido, únicamente, el de poder recordar con respeto y cariño a esos nuestros contemporáneos y antepasados, de manera que quedase constancia de que su existencia, incluso vilipendiada, formó parte de la vida de nuestro pueblo y contribuyó a conformar su idiosincrasia.

Al igual que las plantas, un pueblo sin raíces se mustia.

No desaparecemos cuando morimos, sino cuando se nos olvida.


 


NOMES e ALCUMES

 

Que nome lle vas poñer? É a primeira pregunta que se fai unha vez que se coñece o sexo do feto.

A crenza na importancia do nome para a persoa é común á maioría das culturas, que crían que a imposición do nome definía a personalidade do individuo.

Na tradición cristiá o neno era posto baixo a protección do santo do día. A revolución francesa interrompeu o costume e impúxose o costume burgués e nobre de asignarlle o nome de antepasado ao recentemente nado, para preservar a súa memoria. Desde entón, os motivos foron diversificados.

Os antigos crían que coñecer o nome significaba dominar a alguén.

No mito exipcio, di Jung, Isis rouboulle o poder ao deus solar Ra para sempre cando o obrigou a dicirlle o seu verdadeiro nome. Poñer nome significaba, polo tanto, dar un poder, conferir unha determinada personalidade ou alma.

A idade sofística, di Cassirer, consideraba que a esencia de toda figura mítica podía descubrirse directamente a partir do seu nome; pois nome e esencia están ligados nunha relación de íntima necesidade.

As tribos primitivas asumiron xeralmente, segundo Frazer, que o vínculo entre un nome e o suxeito ou obxecto nomeado non era só unha asociación arbitraria ou ideolóxica, senón un vínculo real e substancial que unía os dous. Os individuos destas cidades consideraban os seus nomes como partes vitais de si mesmos e, polo tanto, esforzábanse por ocultalos, temendo que fosen tratados por persoas mal dispostas cara a eles.

Entre os nativos australianos, asegura Freud, o novo nome que recibía o adolescente no momento da súa iniciación á madurez constituía unha parte esencial da súa persoa e, polo tanto, era tabú e había que gardar en segredo.

Motivos polos que, en moitas civilizacións, para designar unha persoa imponse a necesidade dun alcume ou alias.

Nos tempos primitivos, o nome abondaba; o apelido non existía. Co aumento da poboación impúxose o apelido para diferenciar os membros dunha mesma familia co mesmo nome; ou para distinguilos doutro clan.

Orixinalmente, o apelido (do latín “appellare”, chamar) era o alcume que se engadía ao nome da persoa e indicaba o seu lugar de orixe, residencia, a profesión ou oficio que exerceu, a súa pertenza a unha determinada familia ou a relación co seu proxenitor. En concreto, a terminación “EZ” dos apelidos españois significa “fillo de”, os “Rodríguez” son os descendentes de “Rodrigo”. O alcume-apelido constituía un sinal de identidade persoal, familiar e local

En todo caso, o alcume é tan antigo como a humanidade, aplícase a todas as categorías sociais, en todas as latitudes e, en moitos casos, é herdado, igual que o apelido. No meu caso, “O Lebre” fai referencia ao selo distintivo da maioría dos membros da miña familia: ter os ollos saltóns.

O alcume é tan “identitario” que, en ocasións, aparece en documentos oficiais para designar a un cidadán concreto, como é o caso de “O Amarillo”.

O alcume ten éxito en xeral, porque é particularmente exitoso dentro dunha rede de relacións, de distribucións sociais de identidades. Xa sexan fixados cun obxectivo condenatorio, corrector ou humorístico, os alcumes revelan as clasificacións coas que os grupos organizan o "normal" e o excepcional.

No ámbito privado, o nome é froito da agarimosa deformación fonética dun nome, como se verá en “O Gito”; dunha característica física, como ocorre con “A Chata”; ou temperamental do individuo, "O Estate Quieto"; ou das ocorrencias paternas, como no caso de “O Chiquilín”. Trátase, en xeral, de apelativos e de diminutivos afectivos e hipocorísticos.

No ámbito público, os motivos cambian. A mala vontade e a envexa dos inimigos, a compracencia esaxerada dos amigos, a misoxinia, o machismo, o desprezo polos descoñecidos. Para determinar o adxectivo, o comportamento, a singularidade da personalidade téñense en conta “O Vitolo”; status social, "La Pinito de Oro"; a profesión, “O Xurelo”; a orixe do individuo; ou o aspecto físico “O Alambritos”.

Tendo en conta a súa orixe, intención ou nivel social, os alcumes poden ser evocadores e festivos ou groseiros e ferintes.

En xeral, o alcume está formado por unha única palabra, adxectivo ou substantivo, moitas veces completamente novo para o ambiente.

A relación de alcumes desta publicación foinos facilitada, en boa parte, polo lembrado amigo e mestre Don ALFONSO MOURE, casado con Carmucha Rodríguez, filla do reloxeiro Apolinar.

Tamén foi importante a achega de ERNESTO BARANDA.

Nesta lista só se inclúen algúns alcumes da contorna do Carballiño, onde case todas as familias tiñan o seu. Só se inclúen os de persoas que, dalgún xeito, tiveron máis que ver coa vila. O resto queda por inventariar.

No seu momento, gustaríanos poder publicar con cada apelido a fotografía da persoa lembrada, a profesión exercida, o seu lugar de residencia e o motivo que motivou o seu alcume.

Pero, salvo en contadas ocasións, na maioría dos casos só puidemos achegar algunha outra información, e noutras, tivemos que contentarnos con evocalas.

Agradecemos moito as aclaracións que nos achegaron ao respecto, en especial, Pachi Cibeira, José Ignacio Fontaíñas, Chus Taboada Francisco e Gracia López Gómez. Cándida Mosquera Bravo, José Luis Diz ....

A vantaxe que nos ofrece este tipo de publicacións é que nos permite actualizar constantemente os datos aos que podemos ter acceso.

En todo caso, reiteramos que o único obxectivo do noso traballo foi, unicamente, poder lembrar con respecto e agarimo aos nosos contemporáneos e devanceiros, para que quede constancia de que a súa existencia, mesmo vilipendiada, formou parte de vida do noso pobo e contribuíu a conformar a súa idiosincrasia.

Como as plantas, un pobo sen raíces murcha.

Non desaparecemos cando morremos, senón cando nos esquecen.

 

 









 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Jung: Símbolos de transformación. Barcelona, Paidós, (1982, p. 201).

[2] Cassirer: Esencia y efecto del concepto de mito. México, Fondo de Cultura Económica (1989, p. 80).

[3] Frazer:  La rama dorada. Magia y religión. Madrid, Fondo de Cultura Económica, (1995, p. 290).

[4] Freud:, Tótem y tabú. Madrid, Alianza Editorial, (1984, p. 36).


No hay comentarios:

Publicar un comentario

INTRODUCCIÓN

NOMBRES, SOBRENOMBRES, APODOS   ¿Qué nombre le vais a poner? Es la primera pregunta que se hace una vez que se conoce el sexo del nascit...