NOMBRES, SOBRENOMBRES,
APODOS
¿Qué nombre le vais a
poner? Es la primera pregunta que se hace una vez que se conoce el sexo del
nasciturus.
La
creencia de la importancia del nombre para la persona es común a la mayoría de
las culturas, que creían que la imposición del nombre definía la personalidad
del individuo.
En
la tradición cristiana se ponía al niño bajo la protección del santo del día.
La revolución francesa trastocó la costumbre y se impuso la burguesa y noble de
asignar al recién nacido el nombre de un antepasado, para conservar su memoria.
A partir de entonces, las razones se diversificaron.
Los
antiguos creían que conocer el nombre implicaba dominar a alguien.
En
el mito egipcio, dice Jung, Isis arrebató para siempre al dios solar Ra su
poder cuando le obligó a comunicarle su verdadero nombre. Poner nombre significaba,
por consiguiente, dar un poder, conferir una determinada personalidad o alma.[1]
La época sofista, afirma Cassirer, consideraba
que se podía descubrir directamente la esencia de toda figura mítica a partir
de su nombre; pues nombre y esencia
están ligados en una relación de íntima necesidad.[2]
Las
tribus primitivas suponían por lo general, según Frazer, que el eslabón entre
un nombre y el sujeto u objeto denominado no era una mera asociación arbitraria
o ideológica, sino un verdadero y sustancial vínculo que unía a los dos. Los
individuos de esos pueblos consideraban sus nombres como partes vitales de sí
mismos y por ello se tomaban grandes medidas para ocultarlos, temerosos de que
los manejasen personas mal dispuestas hacia ellos.[3]
Entre
los nativos australianos, asegura Freud, el nuevo nombre que el adolescente
recibía en el momento de su iniciación a la madurez, constituía parte esencial
de su persona y, por lo tanto, era tabú y debía ser mantenido secreto.”[4]
Motivos
por los cuales, en muchas civilizaciones, para designar a una persona, se impone
la necesidad del sobrenombre, del alias o del apodo.[5]
En
los tiempos primitivos, bastaba con el nombre; no existía el apellido. Con el
incremento de la población, el apellido se impuso para diferenciar a los
miembros de una misma familia con el mismo nombre; o para distinguirlos de los
de otro clan.
En su origen, el apellido (del latín “appellare”, llamar) era el sobrenombre que se añadía al nombre de la persona e indicaba su lugar de origen, de residencia, la profesión u oficio que ejercía, la pertenencia a una familia concreta o la relación con su progenitor. En concreto, la terminación “EZ” de los apellidos españoles significa “hijo de”, los “Rodríguez” son los descendientes de “Rodrigo”. El apodo-apellido constituía un signo de identidad personal, familiar y local.[6]
En
todo caso, el mote o sobrenombre es tan antiguo como la humanidad, se aplica a
todas las categorías sociales, en todas las latitudes y, en muchos casos, se
hereda, al igual que el apellido. En mi caso, “O Lebre”, hace referencia al
distintivo de la mayoría de los miembros de mi familia: tener los ojos saltones.[7].
El apodo es tan identitario que, en ocasiones, figura en documentos oficiales para designar a un ciudadano en concreto, como le ocurre a “O Amarillo”.[8]
El apodo tiene éxito en general, porque resulta particularmente acertado dentro de una red de relaciones, de distribuciones sociales de las identidades. Ya sean fijados con objetivo condenatorio, correctivo o chistoso, Los apodos revelan las clasificaciones con que 1os grupos organizan lo "normal" y lo excepcional.[9]
En
el ámbito privado, el apelativo es fruto de la deformación fonética cariñosa de
un nombre, como se verá en “O Gito”; de una característica física, como ocurre
con “A Chata”; o temperamental del individuo, “O Estate Quieto”; o de las
ocurrencias paternas, como en el caso de “O Chiquilín”. Se trata, por lo
general, de apelativos y diminutivos afectivos, hipocorísticos.[10]
Teniendo
en cuenta su origen, intencionalidad o el nivel social, los motes pueden
resultar evocadores y festivos o groseros e hirientes.[12]
Por
lo general, el apodo está formado por una sola palabra, adjetivo o sustantivo,
muchas veces totalmente nuevos en el lenguaje del entorno.[13]
La lista de apodos de esta publicación, nos la facilitó, en gran parte, el recordado amigo y profesor don ALFONSO MOURE, casado con Carmucha Rodríguez, hija del relojero Apolinar.
Importante ha sido también la aportación de ERNESTO BARANDA.
No
se trata de una lista exhaustiva de Carballiño, por supuesto, y en ella solo se
insertan algunos apodos del entorno, en donde casi cada familia tenía (y tiene)
el suyo propio. Se incluyen únicamente los de las personas que, de alguna
manera, tenían más relación con Carballiño. Queda por inventariar el resto.
Nos
habría gustado poder publicar con cada apodo la fotografía de la persona recordada,
la profesión ejercida, su lugar de residencia y, sobre todo, la razón que
motivó su sobrenombre.
Pero,
salvo en contadas ocasiones, en la mayoría de los casos solo nos ha sido
posible proporcionar algún que otro dato, y en otros, nos hemos tenido que
contentar con evocarlos, ya que los que los conocieron recuerdan el apodo, pero
ignoran la identidad real de la persona y, además, por lo general, incluso los
parientes próximos ignoran el origen del apodo
Agradecemos
encarecidamente las aclaraciones que, al respecto, nos proporcionaron, en
especial, Pachi Cibeira, José Ignacio Fontaíñas, Chus Taboada Francisco, Gracia
López Gómez, Cándida Mosquera Bravo, José Luis Diz ….
La ventaja que nos ofrece
este tipo de publicaciones es que nos permite actualizar constantemente los
datos a los que podamos tener acceso.
En
cualquier caso, reiteramos que el único objetivo de nuestro trabajo ha sido,
únicamente, el de poder recordar con respeto y cariño a esos nuestros
contemporáneos y antepasados, de manera que quedase constancia de que su
existencia, incluso vilipendiada, formó parte de la vida de nuestro pueblo y
contribuyó a conformar su idiosincrasia.
Al igual que las plantas,
un pueblo sin raíces se mustia.
No desaparecemos cuando morimos, sino cuando se nos olvida.
NOMES e ALCUMES
Que nome
lle vas poñer? É a primeira pregunta que se fai unha vez que se coñece o sexo
do feto.
A crenza na
importancia do nome para a persoa é común á maioría das culturas, que crían que
a imposición do nome definía a personalidade do individuo.
Na
tradición cristiá o neno era posto baixo a protección do santo do día. A
revolución francesa interrompeu o costume e impúxose o costume burgués e nobre
de asignarlle o nome de antepasado ao recentemente nado, para preservar a súa
memoria. Desde entón, os motivos foron diversificados.
Os antigos
crían que coñecer o nome significaba dominar a alguén.
No mito
exipcio, di Jung, Isis rouboulle o poder ao deus solar Ra para sempre cando o
obrigou a dicirlle o seu verdadeiro nome. Poñer nome significaba, polo tanto,
dar un poder, conferir unha determinada personalidade ou alma.
A idade
sofística, di Cassirer, consideraba que a esencia de toda figura mítica podía
descubrirse directamente a partir do seu nome; pois nome e esencia están
ligados nunha relación de íntima necesidade.
As tribos
primitivas asumiron xeralmente, segundo Frazer, que o vínculo entre un nome e o
suxeito ou obxecto nomeado non era só unha asociación arbitraria ou ideolóxica,
senón un vínculo real e substancial que unía os dous. Os individuos destas
cidades consideraban os seus nomes como partes vitais de si mesmos e, polo
tanto, esforzábanse por ocultalos, temendo que fosen tratados por persoas mal
dispostas cara a eles.
Entre os
nativos australianos, asegura Freud, o novo nome que recibía o adolescente no
momento da súa iniciación á madurez constituía unha parte esencial da súa
persoa e, polo tanto, era tabú e había que gardar en segredo.
Motivos
polos que, en moitas civilizacións, para designar unha persoa imponse a
necesidade dun alcume ou alias.
Nos tempos
primitivos, o nome abondaba; o apelido non existía. Co aumento da poboación
impúxose o apelido para diferenciar os membros dunha mesma familia co mesmo
nome; ou para distinguilos doutro clan.
Orixinalmente, o apelido (do latín “appellare”, chamar) era o alcume que se engadía ao nome da persoa e indicaba o seu lugar de orixe, residencia, a profesión ou oficio que exerceu, a súa pertenza a unha determinada familia ou a relación co seu proxenitor. En concreto, a terminación “EZ” dos apelidos españois significa “fillo de”, os “Rodríguez” son os descendentes de “Rodrigo”. O alcume-apelido constituía un sinal de identidade persoal, familiar e local
En todo caso, o alcume é tan antigo como a humanidade, aplícase a todas as categorías sociais, en todas as latitudes e, en moitos casos, é herdado, igual que o apelido. No meu caso, “O Lebre” fai referencia ao selo distintivo da maioría dos membros da miña familia: ter os ollos saltóns.
O alcume é
tan “identitario” que, en ocasións, aparece en documentos oficiais para
designar a un cidadán concreto, como é o caso de “O Amarillo”.
O alcume
ten éxito en xeral, porque é particularmente exitoso dentro dunha rede de
relacións, de distribucións sociais de identidades. Xa sexan fixados cun
obxectivo condenatorio, corrector ou humorístico, os alcumes revelan as
clasificacións coas que os grupos organizan o "normal" e o
excepcional.
No ámbito
privado, o nome é froito da agarimosa deformación fonética dun nome, como se
verá en “O Gito”; dunha característica física, como ocorre con “A Chata”; ou
temperamental do individuo, "O Estate Quieto"; ou das ocorrencias
paternas, como no caso de “O Chiquilín”. Trátase, en xeral, de apelativos e de
diminutivos afectivos e hipocorísticos.
No ámbito
público, os motivos cambian. A mala vontade e a envexa dos inimigos, a
compracencia esaxerada dos amigos, a misoxinia, o machismo, o desprezo polos
descoñecidos. Para determinar o adxectivo, o comportamento, a singularidade da
personalidade téñense en conta “O Vitolo”; status social, "La Pinito de
Oro"; a profesión, “O Xurelo”; a orixe do individuo; ou o aspecto físico
“O Alambritos”.
Tendo en
conta a súa orixe, intención ou nivel social, os alcumes poden ser evocadores e
festivos ou groseiros e ferintes.
En xeral, o
alcume está formado por unha única palabra, adxectivo ou substantivo, moitas
veces completamente novo para o ambiente.
A relación de alcumes desta publicación foinos facilitada, en boa parte, polo lembrado amigo e mestre Don ALFONSO MOURE, casado con Carmucha Rodríguez, filla do reloxeiro Apolinar.
Tamén foi importante a achega de ERNESTO BARANDA.
Nesta lista
só se inclúen algúns alcumes da contorna do Carballiño, onde case todas as
familias tiñan o seu. Só se inclúen os de persoas que, dalgún xeito, tiveron
máis que ver coa vila. O resto queda por inventariar.
No seu
momento, gustaríanos poder publicar con cada apelido a fotografía da persoa
lembrada, a profesión exercida, o seu lugar de residencia e o motivo que
motivou o seu alcume.
Pero, salvo
en contadas ocasións, na maioría dos casos só puidemos achegar algunha outra
información, e noutras, tivemos que contentarnos con evocalas.
Agradecemos
moito as aclaracións que nos achegaron ao respecto, en especial, Pachi Cibeira,
José Ignacio Fontaíñas, Chus Taboada Francisco e Gracia López Gómez. Cándida
Mosquera Bravo, José Luis Diz ....
A vantaxe
que nos ofrece este tipo de publicacións é que nos permite actualizar constantemente
os datos aos que podemos ter acceso.
En todo
caso, reiteramos que o único obxectivo do noso traballo foi, unicamente, poder
lembrar con respecto e agarimo aos nosos contemporáneos e devanceiros, para que
quede constancia de que a súa existencia, mesmo vilipendiada, formou parte de
vida do noso pobo e contribuíu a conformar a súa idiosincrasia.
Como as
plantas, un pobo sen raíces murcha.
Non desaparecemos cando morremos, senón cando nos esquecen.
[1] Jung: Símbolos
de transformación.
Barcelona, Paidós, (1982, p. 201).
[2] Cassirer: Esencia
y efecto del concepto de mito. México, Fondo de Cultura Económica (1989, p. 80).
[3] Frazer: La rama dorada. Magia y religión. Madrid, Fondo de Cultura Económica, (1995, p. 290).
[4] Freud:, Tótem
y tabú. Madrid, Alianza
Editorial, (1984, p. 36).
[9]file:///C:/Users/4cant/Desktop/PAPA/ParaCopiarGOOGLE/Facebook/1ALCUMES/Dialnet-MascaraTransformacionEIdentidadEnLosAndes-5041967.pdf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario